Fue mi primer viaje en avión y, debo reconocer, que desde entonces no he regresado a la isla. En días recientes, esculcando recuerdos impresos en papel fotográfico, me topé con esta foto. La verdad no tenía memoria de que hubiese sucedido y mucho menos del nombre del gato. Supongo que lo vi durante mis días de paseo y significó algo especial para nosotros pues mi padre decidió gastar una de las 36 fotos del rollo de 35mm con él, o con ella.
Tampoco recuerdo rasguños ni nada por el estilo, así que posiblemente Coco, o Coca, soportó con valor y paciencia mis muestras de afecto, ya que los gatos no son dados a los abrazos y mucho menos con su tren inferior colgando en el aire. Así que prometo, en honor a su templanza, regresar algún día a San Andrés y alimentar a algunos de sus bisnietos, que seguramente andan maullando por las noches en medio de nuestro ya cercenado pero hermoso mar Caribe.