En la tarde del 30 de diciembre de 2012 me encontraba esperando en mi automóvil en medio de un trancón en el sector de Chocolín, en Llanogrande, cuando de repente un camión de Helados Yom Yom me embistió por detrás. Ese día entendí que la vida puede irse en un segundo. Todo explotó en cámara lenta. Volaron vidrios por dentro del carro y de repente ya no veía el frente sino el techo del vehículo. No sabía exactamente qué estaba pasando.
Sentí que mi carro golpeaba un objeto adelante, pero no podía verlo. Me encontraba en posición horizontal pues el espaldar de mi silla se había reventado y ya no alcanzaba el pedal del freno. Me apresuré a mirar que mis perros, que iban en la parte de atrás, estuvieran bien, y traté de salir como pude del Renault Sandero en el que iba. El cuello me dolía y sentía las piernas un poco entumecidas. Algunos vecinos del lugar se apresuraron a ver qué había pasado, mientras los tres ocupantes del camión se tomaban la cabeza y aprovechaban para reversar el vehículo.
El conductor del camión, de cerca de 3 toneladas, no me había visto y había seguido su camino, en una pendiente que aumentó su velocidad, para finalmente detenerse contra mí, justo al comenzar la subida. Mi auto a su vez golpeó otro que había adelante con cuatro ocupantes, a los que por fortuna nada serio les sucedió, salvo el susto. A los pocos minutos llegaron una ambulancia, los agentes del Tránsito de Rionegro y la Policía de carreteras. Tomaron medidas, hicieron croquis y luego la los uniformados procedieron a hacernos la prueba de alcoholemia. No había visto a nadie tan interesado en los resultados de mi prueba como el conductor del camión, que se decepcionó al ver que el indicador marcaba cero.
Llamé a la línea de AutoSura, mi aseguradora, y enviaron a Nancy del Socorro Gómez para asesorarme y asesorar al conductor del camión, que también estaba asegurado con Sura, mientras la ambulancia se preparaba para llevarme al hospital, y mi hermano subía desde Medellín para recoger a Lola y Paco que, aún aturdidos, esperaban en la parte de atrás de mi vehículo. Pasé la noche en el hospital, y un fin de año y cumpleaños incapacitado, simulando ser Robocop, con un molesto cuello ortopédico que reducía un poco el dolor que me producía cualquier movimiento que hiciera con la cabeza.
Comenzaron los exámenes, las resonancias magnéticas, los medicamentos y los ires y venires a fisioterapia y a hacer las vueltas de la aseguradora y las entidades oficiales. Los primeros los agradecí profundamente. Los segundos, en cambio, se han convertido en un calvario que hoy, más de dos años después, sigue sin terminar. Nelson Javier Ortiz, el conductor del camión, nunca se hizo presente en las diligencias, y Lorenza Walker Cortés, la abogada de Sura encargada del caso, asistió solo a una de las audiencias en la Fiscalía y nunca más volvió a responder mis mensajes o los de mi abogada.
El Director Operativo de Movilidad de la Secretaría de Tránsito de Rionegro, Nelson Eduardo Neira Sánchez, declaró culpable al camión de Helados Yom Yom de haberme chocado y, para que no quede duda de que estamos en Colombia donde el sentido común es el menos común de los sentidos, me culparon de haber chocado al carro de adelante, pues el Código de Tránsito especifica que se deben guardar diez metros de distancia entre automóviles. De nada sirvió oponerme y recordarle que los cuatro metros que guardaba eran suficientes pues estábamos en un trancón. El servidor público se ratificó en su fallo ya que «así lo establece el Código Nacional de Tránsito».
Entre Seguros Sura y Sufi, la empresa propietaria de mi vehículo, cruzaron cuentas entre el valor actualizado de mi vehículo y el valor que le debía al leasing, que había tomado a nombre de mi empresa y, finalmente, después de dos largos meses de sumas y restas, me consignaron el valor suficiente para comprar una bicicleta. Desafortunadamente debí gestionar un nuevo crédito de vehículo pues mis perros no saben pedalear y yo no tengo vocación de escarabajo para subir y bajar a atender clientes y pacientes desde Santa Elena o El Retiro a Medellín. ¿Y la respuesta de la aseguradora por daño emergente, moral y lucro cesante? Aún sigue pendiente.